Varios han sido los escritos
que se han generado en los últimos días, en relación con la negativa para su
exhibición de la película “Santa y Andrés” del realizador Carlos Lechuga.
Dos son los conceptos que
rondan el eje de las discusiones: La libertad, en este caso creativa y el
derecho de la institución cultural a promover o no los productos creados por los
artistas.
La intención de estas líneas
no es teorizar sobre la legitimidad o el contenido de estas dos definiciones, primero,
quiero ofrecer mi opinión desde la perspectiva del espectador-receptor de los
productos creados por los artistas; segundo, opinar también desde la
perspectiva de la institución cultural como mediadora entre el artista y el
receptor de la obra creada.
En una opinión a los
artículos que en Cubarte se publicaron, expresé que si bien es cierto que la
Revolución marcó una real definición de la política Cultural de Nuestro País,
no es menos cierto que los esfuerzos desarrollados por intelectuales y
personalidades políticas de la Pseudorepública generaron un movimiento de
creadores y artistas que lograron posicionar la cultura cubana en planos
internacionales. Pero debe quedar claro que la generación de una Política que
desarrollara la creación artística a los grados y alcances actuales, es sin
lugar a dudas un mérito de la Revolución.
Siempre que se produzcan
debates en torno a la política cultural de este país habrá que retornar a
“Palabras a los Intelectuales”. No lo digo, aunque sean argumentos válidos, ni
por la época en que fueron dichas, ni por que hayan sido dichas por el máximo
líder de la Revolución. Lo digo por su contenido y por dos razones
fundamentales que trataré de exponer:
La primera de ellas es
porque se define al pueblo no como simple receptor, espectador al que hay que
poner productos artísticos bellos, sino como obras que lo enriquezcan desde lo
espiritual.
Lo segundo es el papel del
intelectual revolucionario y de la institución cultural, no circunscrito como
muchos hacen al proceso revolucionario cubano llevado adelante por la
generación del centenario. Circunscribir el papel del intelectual
revolucionario cubano y de la institución cultural a esta ya grande tarea,
menosprecia el papel de los propios intelectuales y de las instituciones y el
carácter universal del arte y la cultura.
Para explicar un poco mas
estas tesis habría que valorar el impacto revolucionador que tuvo el triunfo
rebelde en el 59, visto como síntesis y evolución de más de 150 años de luchas
por su independencia. De ese pueblo nacieron los principales gestores de cada
campaña, culminando con la forja de una nueva generación de cubanos que dio paso
a nuevas aspiraciones aún más comprometidas con la libertad. A la primigenia
generación de patricios del 68 con Céspedes a la cabeza, le precedió Martí que
se convirtió en universal y no solo de Cuba. De esa hornada surgieron nombres
como Mella, Guiteras que llevaron adelante la primera y truncada Revolución
Cubana con matices socialistas. La autonombrada Generación del Centenario, es
síntesis no solo del ideario Martiano, sino también continuidad de esa
generación del 30.
En todas estas épocas ha
habido forjadores de la nación y ha habido detractores de ese ideal de
independencia, basado primero en la trilogía de libertad, Igualdad y
Fraternidad, radicalizado después con el ideario socialista. Quién ha decidido
siempre a quiénes sigue y a quiénes respeta, no es otro que el pueblo.
A eso recurre Fiel en
“Palabras a los Intelectuales” cuando llama a los creadores a incorporarse al
pacto que significa la nueva política cultural, no es a estar con quienes
detentan el poder o a quienes hicieron la revolución desde la Sierra Maestra.
El llamado es a servir a las necesidades del pueblo, a colmarlo de nuevos
referentes estéticos, reforzar su identidad basada en los valores de una nación
que se ha venido forjando a lo largo de 200 años.
Confundir ese llamado revolucionario
con la ingenuidad de crear para desvirtuar esos valores también es faltar al
pueblo, es faltar al carácter revolucionario de la creación.
Uno de los recursos
argumentativos de algunos creadores que se autoerigen como voceros de ciertas
minorías que están marginadas o han sido marginadas, termina siendo
manipulación ilegitima de las propias realidades de esos sectores o grupos,
sobre todo porque la complejidad de los fenómenos que se pretende develar, a
través de la obra creada es muy alta y generalmente se tocan solo las
dimensiones más visibles o las que denotan lo factual. La teoría del iceberg
que solo muestra su punta los absorbe.
No son pocas las obras,
audiovisuales o no, que han faltado a esa complejidad. Sin embargo, hay también
obras maestras, que han sabido ser lecturas reales de no pocos procesos
complejos de la realidad cubana, sea política, cultural o social de la nación
cubana. Ni son los críticos, ni los creadores las que la han elegido para pasar
a ser ese referente cultural que cuestiona y critica determinada arista de la Cuba
de hoy o de ayer, siempre ha sido el pueblo ese que hace suyo el hecho creativo
y lo interpreta para sí, lo acomoda como mejor le plazca y lo convierte en
motivo para debatir su contexto.
Con todo sentido he mantenido
en un solo posicionamiento tanto a creadores como a instituciones culturales,
pues es de esa unidad que se gesta el verdadero arte revolucionario. Estimular
una visión que limita el carácter mediador y el papel de la institución cultural
ante la necesidad del pueblo como receptor final del hecho artístico, no solo
es una limitada visión del proceso creativo, sino también una tendencia que
atenta contra más de 150 años de forja de la nación cubana. La unidad en la diversidad, es un principio
que garantiza no solo la preservación de la Revolución Cubana, sino también la
tan llevada y traída democracia.
Razones hay para dudar de
las instituciones que se arrogan el derecho de promover el arte que consideran,
como lo hay de quienes bajo preceptos de libertad creativa, pretenden
minimizarla, desconocerla o visualizarla como simple financiadora o divulgadora
del arte.
12 de diciembre 2016
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